La chica de la curva
(Escrito originalmente el 25/09/2010)
No te me apareces de noche en una carretera solitaria. No subes a mi coche y no me avisas de ningún peligro. De hecho, es un mediodía soleado, y aunque los calores del verano van poco a poco remitiendo, imagino lo que debe ser estar allí, de pie bajo el sol, con esa piel blanca, ese pelo rubio intenso y esos ojos azules que delatan tu procedencia de la Europa del Este, desprotegida tras una exigua minifalda y un top ridículamente pequeño en aquella carretera, a kilómetros del pueblo más cercano.
Me cuesta trabajo asimilar lo que estás haciendo allí, junto a la entrada de un camino de tierra y observando a los coches que pasan. Lo siento, soy un ingenuo, y nuestros mundos no se tocan, como si viviéramos en realidades paralelas. Luego, al caer en la cuenta, me siento muy deprimido, porque para mí, tú representas el fracaso de todo aquello en lo que creo (o quisiera creer): democracia, igualdad, justicia… Ahí estás tú de pronto para afirmar que todo eso no son más que gilipolleces; que la cruda realidad es una mujer joven –demasiado joven–, extranjera y pobre, que se prostituye en el arcén de una carretera secundaria por unos euros. Deduzco que un hijo de puta te ha puesto allí por la mañana, y que cuando le salga de los cojones, irá a recogerte y a hacer caja.
Allí, al sol, con el ombligo y las tetas al aire, no hay ministra de igualdad, subvención ni ONG que valga. Allí estás tú sola, esperando al próximo cliente que a saber quién será y las intenciones que trae. Allí estás tú, tan presa de tus circunstancias como yo lo estoy de las mías. No puedo parar mi coche y poner fin a esa situación, que es lo que me pide el cuerpo. Sigo mi camino, como lo siguen casi todos los demás; pero yo me quedo pensando en que el mundo seguirá siendo una mierda mientras haya una mujer vendiendo su cuerpo en un lugar tan inhóspito y sórdido como ese.
Doscientos metros más adelante, me cruzo con el Patrol de la guardia civil. Miro por el retrovisor: ni puto caso.