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Galería de personajes siniestros: Calígula

Al igual que pasa con Tiberio, las fuentes clásicas coinciden en señalar que Calígula fue un mal emperador, aunque con matices. Veremos:

Busto del emperador Calígula

Calígula provenía de la mejor estirpe que podía esperarse: hijo de Germánico y Agripina, nieto de Antonia, Druso, Agripa y Julia, y biznieto de Augusto, de Octavia, de Marco Antonio, de Livia, de Tiberio Claudio Nerón y de Escribonia. Calígula era el último superviviente de la saga de los Julios, excepción hecha de su lamentable tío Claudio, con el que nadie contaba. Calígula había sido desde pequeño el ojito derecho de las legiones de su padre, el talismán del ejército en las frías tierras de Germania. Su padre le vestía con un uniforme militar a su medida, y los legionarios le apodaron “botita” (Calígula), por las pequeñas botas militares que calzaba. Tuvo una infancia complicada, entre campamentos, guerras y rebeliones, y cuando volvió a Roma lo hizo junto con las cenizas de su padre, supuestamente asesinado por orden del mismo emperador en lo que se convirtió en el mayor escándalo de la época.

Los Julio-Claudios conformaban una peculiar familia cuya feroz ambición había devorado a sus propios hijos, como si de una alegoría del dios Saturno se tratara. Sólo la suerte o la pericia a la hora de alejarse de los puñales, el veneno y las islas desiertas pusieron a Calígula en el camino del trono imperial. Cuando Tiberio daba sus últimas boqueadas en Miseno durante la primavera del año 37, Calígula estaba allí junto al prefecto del pretorio Macro. Se dice que entre ambos finiquitaron al viejo emperador mientras se recuperaba de una indigestión de comida, vino y sexo, aunque como he dicho al principio, las fuentes parecen haberse comportado un tanto injustamente con Tiberio, así que mejor que tomemos este dato con prudencia. Calígula fue rápidamente proclamado emperador con la ayuda inestimable de los pretorianos, aunque realmente no había nadie más donde escoger para el puesto vacante. El Senado, que había sufrido años de depuraciones y asesinatos bajo el gobierno de Tiberio y su valido Sejano, no estaba para oponerse a nada de lo que dijeran los guardias imperiales, así que validaron la sucesión. Además, el pueblo estaba encantado de que un hijo del añorado Germánico llegara al trono.

El actor Malcom McDowell interpreta a Calícula en la película del mismo nombre

Al leer el testamento resultó que Tiberio había dejado el trono conjuntamente a su sobrino-nieto Calígula y a su nieto Tiberio Gemelo, hijo del malogrado Cástor. No cabía duda: el viejo estaba loco, y así se lo hizo saber al Senado (con la persuasiva ayuda de sus pretorianos, claro), denunciando el testamento y declarando nula la sucesión de Tiberio Gemelo. De todas formas, como Calígula no estaba dispuesto a compartir el trono, unos meses más tarde le mandó asesinar, despejando el camino de posibles obstáculos.

Calígula se encontró el tesoro público romano lleno, porque Tiberio había sido un emperador bastante tacaño. Esta acumulación de oro en las arcas del Estado estaba teniendo un efecto perjudicial sobre la economía, así que en los meses siguientes dilapidó las reservas económicas del Imperio poniendo en circulación millones de sestercios con los que se pretendía reactivar la economía. Supongo que Calígula nunca oyó hablar de la deflación, pero al parecer, todo aquel dinero sacó al Imperio de una crisis económica en el año 37 para meterlo en otra aún peor en el 39. Todo eso en la sociedad de la populosa Roma iba a importar poco, porque el emperador iba a darles motivos sobrados de preocupación por sí mismo. Tras una enfermedad padecida en otoño del mismo año 37 en que ascendió al trono, Calígula se transformó en una persona totalmente distinta. Si hacemos caso de las fuentes clásicas, Calígula se volvió loco de remate.

Llevados por la pasión, algunos ciudadanos destacados habían ofrecido a los dioses sus propias vidas si estos intercedían en la curación del emperador. Lo que no esperaban era que una vez «curado», el mismo emperador les exigiera cumplir con el pago prometido a los dioses. De este modo envió a la muerte a aquellos que habían hecho tan atrevidas promesas; no era cosa de ofender a los dioses con promesas incumplidas…

El actor John Hurt interpreta a Calícula en la serie de televisión «Yo, Claudio», algunos años antes de ser devorado por un alien

Lo malo de ser un emperador maldito es que nadie verá con buenos ojos tus obras, aunque estas obras fueran intrínsecamente buenas. Durante su reinado Calígula ordenó los gastos del Estado, redujo los impuestos, democratizó un poco la vida pública y fomentó las obras sociales. Nada de esto le valía a un Senado acostumbrado a gobernar por su cuenta durante los años en que el anterior emperador había estado retirado en Capri. Calígula tendría en ellos a sus mayores rivales, y la pendencia iba a saldarse con sangre.

La crisis del 39 pilló al Estado ya sin dinero en las arcas, por lo que Calígula empezó a buscar nuevas e imaginativas fórmulas de financiación. Suetonio cuenta que viajó a la Galia a recaudar dinero, subastando los bienes de la antigua corte de Tiberio y Augusto. Para ello confiscó todos los carros, mulas y caballos que pudo encontrar con el fin de transportar muebles, alhajas y esclavos, y ello provocó el desabastecimiento de la ciudad por falta de medios de transporte. Su proyecto de unir los dos extremos de la bahía de Nápoles entre Baiae y Puteoli mediante un puente de barcos al parecer dejó a Roma sin capacidad para transportar el grano egipcio hasta sus silos, provocando también una hambruna considerable.

Además del agotamiento de las ideas y de la mala situación económica, Calígula empezó a ver por todas partes conspiraciones reales o imaginarias, a consecuencia de las cuales ejecutó a un buen número de altos funcionarios del Imperio. En algunos casos, y siempre según unas fuentes clásicas de dudosa imparcialidad, asesinó a muchos hombres adinerados con el fin de confiscarles sus riquezas. Esto no hacía sino incrementar la cuenta de sus enemigos y multiplicar la inquietud de aquellos que tenían las riendas del poder por debajo de la persona del emperador.

Una de sus víctimas fue el rey de Mauritania Ptolomeo, hijo de Cleopatra Selene, quien a su vez era hija de Cleopatra VI de Egipto y de Marco Antonio, bisabuelo del emperador romano. Calígula le mandó asesinar en una de sus visitas a Roma y se anexionó el reino de Mauritania como dos provincias. Se puede considerar que ésta fue la única expansión territorial que tuvo el Imperio durante su reinado, porque la campaña en Britania no llegó a materializarse.

Sobre Calígula se cuentan todo tipo de terroríficas historias acerca de crueldades, violaciones, orgías y asesinatos. Puede que todas estas historias fuesen ciertas, o puede que no tanto. Lo que sí es cierto es que estas historias generaron un mito alrededor de la crueldad de Calígula que perdura hoy en día en novelas, películas y series de televisión. Parece cierto que Calígula llegó a creerse un dios viviente, llevando al extremo el culto religioso a la figura del emperador. Entre sus actos más extravagantes se encuentran la instalación de un burdel en el palacio imperial, el nombramiento de su caballo Incitato como cónsul de Roma o su pretensión de colocar una estatua suya en pleno templo de Jerusalén, dando origen a una rebelión de los judíos que a punto estuvo de saldarse con una guerra en Judea.

El asesinato de Calígula. Grabado de Rafaello Persichini, s.XIX.

En el año 41, un veterano soldado de las campañas de Augusto en Germania y comandante de la Guardia Pretoriana llamado Casio Querea se hartó definitivamente de la locura del emperador y de sus imprevisibles actos. Junto a otros conspiradores esperaron la oportunidad de abordar a Calígula en un descuido, y esa oportunidad se les presentó el 24 de enero del año 41 mientras el emperador presenciaba unos juegos. Los conspiradores, apoyados por una facción senatorial proclive a la restauración de la República, acabaron con la vida de Calígula, y posteriormente asesinaron también a su esposa Cesonia y a la hija pequeña de ambos, Julia Drusilla.

De nuevo, un insignificante Claudio consiguió eludir la matanza. La Guardia Pretoriana le encontró antes que los asesinos, escondido y aterrorizado. Previendo que una hipotética República prescindiría de la guardia imperial, proclamaron a Claudio emperador de Roma, pero eso es ya otra historia.

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