(Originalmente escrito el 13/10/2008)
Creo que traer aquí a este personaje es necesario, por cuanto hay quien pretende limpiar su imagen de villano sanguinario, edulcorando la historia y falseándola cuando les hace falta. Teniendo en cuenta que los instigadores de semejante lavado de cara son los pseudo-historiadores revisionistas César Vidal y Pío Moa, y lo bien posicionada que se encuentra la familia del ex-asesino Queipo de Llano en el mundo universitario, y más concretamente en las cátedras de Historia, no me extrañaría que la maniobra les saliera bien, convenciendo a la masa borrega de derechas de la veracidad de sus patrañas. Al fin y al cabo, se trata de una masa bien entrenada, tanto por los dos escritores antes citados como por otros elementos de la misma catacumba ultraderechista, como Federico Jiménez Losantos. Desde luego, la visión del personaje que hoy quiero mostrar aquí nada tiene que ver con la que se esperaría del revisionismo filofascista.
Gonzalo Queipo de Llano y Sierra llegó al mundo en 1875, el mismo año en que los borbones recuperaban el trono con la ayuda, claro está, del general golpista Pavía. El año anterior, con absoluto desprecio de las instituciones, la Guardia Civil y el mismo Pavía a lomos de su caballo entraban en el Congreso, terminando con la Primera República Española y con el sueño del federalismo que hubiera podido vertebrar un Estado Español más coherente. De aquellos polvos, estos lodos.
La cosa es que Gonzalito se crió durante el reinado de Alfonso XII, echando los dientes en el ejército a medida que España iba perdiendo sus posesiones coloniales. Primero en cuba, y luego en África, Queipo fue ascendiendo en el escalafón hasta que en 1923, cuando Miguel Primo de Ribera se hizo con el poder, ya era general. Muy pronto iba a ponerse de manifiesto que la lealtad de Don Gonzalo a sus mandos dependería en gran medida de sus propios intereses personales. Como buen trepa, su máxima era «Quítate tú pa’ ponerme yo», fuera quien fuese ese «tú». Conspiró contra Primo de Rivera, cosa que le costó la destitución. De aquella época es el pasaje anecdótico en que Queipo de Llano tuvo que subsistir fabricando jabón y vendiéndolo por los comercios. Después de ser rehabilitado por la dictablanda de Berenguer, volvió a conspirar contra el gobierno, y esta vez tuvo que salir por patas, refugiándose en una Portugal ya gobernada por la interminable dictadura militar lusa que perduraría hasta 1974.
Hasta entonces, nadie diría que Gonzalo alcanzaría el poder que luego alcanzó. La oportunidad de su vida iba a dársela la Segunda República, que le permitió volver a España y reincorporarse al ejército. Los republicanos suponían que, habiendo intrigado contra Primo de Rivera, Queipo sería un afecto a la causa republicana. ¡Qué equivocados estaban! Le entregaron el equivalente a una capitanía general, e incluso emparentó con el Presidente Alcalá Zamora, pegando uno de los mejores braguetazos políticos posibles en la época.
La cosa le iba de perlas, hasta que las izquierdas llegaron al poder tras las elecciones de 1936. Entonces, algunos de los mandos más reaccionarios de las fuerzas armadas decidieron que la lealtad al gobierno tenía un límite, y que había que salvar a España de sí misma. Si por el camino había que exterminar a la mitad de los españoles, qué se le iba a hacer. Queipo de Llano, que siempre anduvo bien de olfato, rápidamente se olió de dónde venía el viento, y se alió con los golpistas, comprometiéndose a secundarles llegado el momento.
Y el momento llegó, y con él la oportunidad de Queipo para iniciar una carrera criminal que le llevaría a obtener todo tipo de condecoraciones, títulos y honores. Como principal autoridad militar de Andalucía, se mantuvo en una postura ambigua durante los primeros estadios del golpe militar del 18 de julio de 1936, asegurando su fidelidad a la República mientras al mismo tiempo iba cerrando la trampa contra la resistencia organizada por los republicanos, sobre todo en Sevilla y Granada. Cuando la trampa estuvo completada, finalmente abandonó la ambigüedad que había mantenido hasta entonces y se hizo con el control del ejército. Una hábil, aunque cobarde maniobra que le permitió de camino mantenerse un tiempo al margen mientras averiguaba si la cosa esa del golpe saldría adelante o no.
Queipo no dudó ni por un momento en utilizar todos los medios a su alcance para pacificar a la ciudadanía. Usó con una desproporción sin precedentes la artillería contra los barrios populares sevillanos, así como el asesinato indiscriminado de todo aquel que se opusiera a los golpistas o fuese sospechoso de simpatizar con la República. La mayor parte de las veces, una simple denuncia sin verificar de un vecino podría bastar para dar el paseo a cualquiera, tuviese o no relación con la política. Queipo fue el iniciador de una serie de atrocidades que muy pronto iban a convertirse en la tónica general de la contienda: el secuestro, el encarcelamiento, el asesinato o la desaparición sin ningún tipo de base legal ni evidencias en contra de las víctimas.
Durante la contienda, Queipo de Llano se deleitaba aterrorizando a la población tanto de la zona republicana como de la que ya se encontraba bajo el dominio de los sublevados a través de la radio. Sus arengas incitando al asesinato y a la violación de civiles forman parte ya de la vil historia del fascismo más reaccionario:
Nuestros valientes Legionarios y Regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombre de verdad. Y, a la vez, a sus mujeres. Esto es totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen y pataleen.
Mañana vamos a tomar Peñaflor. Vayan las mujeres de los “rojos” preparando sus mantones de luto.
Estamos decididos a aplicar la ley con firmeza inexorable: ¡Morón, Utrera, Puente Genil, Castro del Río, id preparando sepulturas! Yo os autorizo a matar como a un perro a cualquiera que se atreva a ejercer coacción ante vosotros; que si lo hiciereis así, quedaréis exentos de toda responsabilidad.
Locución radiofónica de Queipo de Llano durante la guerra civil
A Queipo de Llano se le atribuye la orden directa de asesinar, entre otras nueve mil personas, a Federico García Lorca, ordenando «que le den dos tiros en el culo por rojo y por maricón», aunque su frase favorita era «que le den café». Cuando Queipo invitaba a alguien a tomar café, la familia del invitado ya podía preparar la ropa de luto. Queipo fue el principal responsable de las decenas de miles de asesinados que todavía pueblan las cunetas de Andalucía, ya que a su afán sanguinario, que le llevó a dictar cientos de sentencias de muerte de su propia mano, se unía la alegría con la que alentaba a sus cómplices para imponer el terror asesinando a todo el que se le pusiera por delante. Al término de la guerra, Andalucía era ya un inmenso cementerio, pero tal vez lo peor vendría después.
Además de en un cementerio, Queipo convirtió a Andalucía en su cortijo particular. Gonzalo, Gonzalito, aquel al que los golpistas del 36 habían enviado a Sevilla «la roja» casi seguros de su derrota, no sólo había triunfado en la parte que le correspondía de la guerra, sino que había decidido con su encarnizado proceder el transcurso de la misma. Ahora Andalucía era suya, y allí se hacía lo que él dictara. Era un minidictador dentro de una dictadura, con poder sobre la vida y la muerte de los andaluces. Gonzalo Queipo de Llano empezó también a llevárselo calentito a base de repartir prebendas, licencias y terrenos arrebatados a sus legítimos y en muchos casos asesinados propietarios; pero claro, cualquiera le chistaba al carnicero de Sevilla…
Ahora viene la anécdota personal: Mi anciana abuela, que murió en 2008, siempre contaba a todo el que quisiera oírla cómo durante la guerra y hasta años después de terminada la misma, debía esperar muchas mañanas a que fusilaran a los condenados delante de la tapia del cementerio de San Fernando de Sevilla antes de poder pasar a trabajar en la ciudad. Me crié con esa lección de memoria histórica contada en primera persona, y nunca olvidaré el tono con que lo contaba. Muchos de aquellos asesinatos se realizaron bajo el mandato absolutista del virrey de Andalucía, Don Gonzalo Queipo de Llano.
Curiosamente, sólo había una cosa en el mundo que asqueara a Queipo de Llano más que los rojos: el mismo Caudillo Francisco Franco. Queipo solía referirse en público a Franco como «Paca la culona», una expresión inusitada por lo atrevida, y que sólo puede comprenderse por el enorme poder personal que atesoraba este criminal de guerra y de posguerra, que además había sido el superior de Franco durante la campaña Africana. Sin embargo, terminada la guerra civil, los traidores a la República se vieron en la obligación de articular un remedo de Estado y de inventarse una legalidad donde, por descontado, los excesos personales de Queipo no cabían. El nuevo régimen personalista de Franco no podía dejar suelto a semejante energúmeno, que ya había demostrado su afición imparable a levantarse contra sus superiores, de manera que le ofrecieron largarse por las buenas (imagino que insinuándole alguna escabrosa solución alternativa).
Durante un tiempo estuvo en la Italia de Mussolini, literalmente «quitado de en medio», pero en 1942 le dejaron regresar a Sevilla, aunque ya como general en retiro forzoso. Así y todo, su influencia sobre la vida sevillana fue enorme, y aún se deja notar en muchos ámbitos. Los barrios de San Gonzalo y de Santa Genoveva deben su nombre al sanguinario virrey y a su esposa, Doña Genoveva Martí. El que aquí les escribe, sin ir más lejos, cursó parte de sus estudios de primaria en el Colegio Nacional Queipo de Llano (hoy convenientemente rebautizado Colegio Arias Montano, un personaje histórico infinitamente más decente que el protagonista de esta entrada). La virgen de la Esperanza Macarena procesiona (o al menos lo hacía hasta donde tengo noticia de ello) cada año ciñendo el fajín de general de tan ilustre genocida, y no se le cae su finamente tallada cara de vergüenza por ello, y a los hermanos macarenos tampoco, a pesar del escándalo. No en vano, el carnicero de Sevilla se encontraba enterrado hasta hace bien poco junto con su esposa dentro de la basílica de la Macarena, en loor de santidad. Desde ya afirmo que, de existir un cielo y un infierno (cosa que me sorprendería mucho), y en el improbable caso de que este tipo estuviera en el cielo, yo quiero ir al infierno, donde seguro que encontraré a muchos de los justos a los que Queipo de Llano mandó asesinar. Ya se sabe: «Dime con quien andas…»