Rusia es un acertijo, envuelto en un misterio dentro de un enigma.
Winston Churchill, 1939
Con este ingenioso juego de palabras, el famoso y ocurrente mandatario británico resumía lo poco que el mundo occidental conocía de la nueva Rusia soviética. La Primera Guerra Mundial fue el detonante de una revolución largo tiempo fraguada en la clandestinidad que viviría sus momentos más trascendentales durante el periodo de entreguerras. Un inmenso país anclado en el feudalismo medieval iba a pasar en pocos años a convertirse en una de las naciones más poderosas del mundo, aunque con un coste terrible en sufrimiento y vidas humanas. Durante casi un siglo, Rusia se convertiría en el referente (tanto positivo como negativo) de generaciones de políticos y sindicalistas de izquierdas, con una novedosa estructura política y social: el comunismo. El periodo de entreguerras fue una etapa crucial en la consolidación del régimen soviético en Rusia, que terminaría agrupando bajo una misma bandera a todo el territorio desde la frontera con Polonia hasta el Océano Pacífico, y desde el Círculo Polar Ártico hasta las fronteras de Irán, Afganistán, Mongolia y China; un país impensablemente extenso cuyos extremos se encontraban separados por once husos horarios.
Pero para comprender los porqués de la Revolución Rusa, primero hay que analizar sus antecedentes: Desde que en 1861 se decretara la emancipación de los siervos en Rusia, las condiciones de vida del campesinado no habían hecho más que empeorar. Agobiados por las cuantiosas indemnizaciones a sus antiguos señores que el decreto de emancipación imponía a los campesinos, muchos de ellos se vieron abocados a la indigencia. En las grandes ciudades, los obreros de los centros industriales, cuyas condiciones de vida no eran mejores que las del campesinado, sufrían el acoso de la policía política zarista, decidida a extirpar cualquier atisbo de revolución con métodos tan brutales como efectivos.
Incluso en estas difíciles condiciones, los líderes del Partido Laborista Socialdemócrata, de ideología marxista, encontraron tiempo para la disputa ideológica interna y la escisión, y en 1905 ya se encontraban divididos en dos bandos claramente diferenciados: los mencheviques (moderados) y los bolcheviques (exaltados).
La Guerra Ruso-japonesa de 1904-1905 daría a los revolucionarios la primera oportunidad seria de medir sus fuerzas contra el gobierno de los zares. Bastante desorganizados al principio, los manifestantes de enero de 1905, que exigían mejoras en sus condiciones de trabajo, fueron salvajemente masacrados en el llamado «domingo sangriento». La estrepitosa derrota de la flota rusa a manos de la marina japonesa fue la gota que colmó el vaso de una sociedad profundamente descontenta con su gobierno. Algunas tripulaciones de la flota del Mar Negro se sublevaron contra el gobierno, siendo también reprimidas sin contemplaciones. A pesar de ello, el Zar Nicolás II empezó a darse cuenta de que la situación se le estaba yendo de las manos, y tomó la decisión de otorgar pequeñas concesiones “democratizadoras”, como instaurar un parlamento y legalizar a ciertos partidos de corte moderado. Aunque estas reformas descafeinadas no aplacaron las ansias revolucionarias ni contribuyeron a mejorar las penosas condiciones de vida del pueblo, sí permitieron al Zar conservar el poder combinando una durísima represión con la división de los opositores. Rusia llegaría a la Primera Guerra Mundial como la monarquía casi absolutista que había sido desde hacía siglos.
Pero si hasta entonces el régimen zarista había podido contener las protestas, la sangría que supuso la larga guerra mundial iba a pasar por fin factura al Zar. En febrero de 1917 se produjo la insurrección de la ciudad de Petrogrado, donde los manifestantes protestaban por la hambruna que azotaba al país y exigían la salida de Rusia de la guerra. El Sóviet de Petrogrado, que había sido constituido durante la fracasada Revolución de 1905, resurgió para dirigir la sublevación. La situación del país era ya tan extrema que los mismos soldados enviados a reprimir la protesta se unieron a los obreros. El Zar Nicolás II se vio obligado a abdicar, y el gobierno de Rusia quedó dividido entre los incipientes sóviets que surgían en las ciudades más importantes, el gobierno oficialista de Rusia y los movimientos revolucionarios de los bolcheviques. Estos últimos conseguirían alzarse al poder en octubre de 1917, derribando el último vestigio del gobierno zarista y dando comienzo a setenta y cinco años de comunismo en Rusia.
Después de ser la cabeza visible de la Revolución Rusa en octubre de 1917; después de definir la línea política del Partido Comunista de la Unión Soviética y unificar a todos los soviets en una dirección colegiada y centralizada para todo el Estado; después de soportar un intento de asesinato contra su persona en 1918 y ganar la guerra civil contra los partidarios del zarismo, apoyados por las potencias europeas; después de lidiar con la peor hambruna sufrida por Rusia en el siglo XX… después de todo eso, Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, murió el 21 de enero de 1924 dejando huérfana de líder a la recién nacida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Y aunque una de sus últimas disposiciones, recogida en su testamento político, establecía que se apartara del poder a personajes como Trotsky y Stalin, la dirección del Partido Comunista Soviético no pudo zafarse del férreo control al que este último les tenía sometidos. No en vano, Stalin era secretario general del partido desde hacía casi dos años, y en la nueva Unión Soviética, el partido era también el Estado. Muerto el líder indiscutible de la nación, Rusia y el resto de las repúblicas que ahora constituían la Unión estaban completamente en sus manos. Stalin controlaba el aparato administrativo del país con mano de hierro, y rápidamente se dispuso a eliminar cualquier posible competencia, comenzando por Trotsky, el único líder carismático de la Revolución que podía hacerle sombra. Trotsky fue deportado, encarcelado y terminó siendo asesinado en el exilio, mientras en Rusia eran retocadas sus fotografías con otros líderes comunistas para hacerle desaparecer de la historia.
El escritor George Orwell se basaría en la figura de Trotsky años más tarde para el argumento de su libro 1984, donde uno de los fundadores del INGSOC, Emmanuel Goldstein, se convierte en el mayor enemigo del Estado y se le hace desaparecer premeditadamente de la historia por medio de la manipulación de las hemerotecas.
Libre ya de la oposición, Stalin aún tenía problemas importantes que resolver en la nueva Unión Soviética. La gran hambruna desatada en 1921 había azotado el país provocando la muerte de no menos de cinco millones de rusos, y estaba claro que la colectivización de la tierra impuesta durante los primeros años de la Revolución había resultado un completo desastre. La producción agraria había caído en picado. Lenin se dio cuenta de que las cosas no podían continuar así, y aquel mismo año de 1921 decretó la Nueva Política Económica, donde volvía a adoptarse la propiedad privada limitada de la tierra y la creación de pequeñas empresas agrícolas que podrían comerciar con sus excedentes.
Aunque la NEP tuvo cierto éxito en cuanto al incremento de la producción agrícola e industrial, Stalin siempre consideró que se trataba de una medida más capitalista que comunista, y estaba decidido a acabar con ella. En 1928 puso en marcha el Gosplan: la planificación completa de la economía de la Unión Soviética. A este plan se le conoció en términos políticos como El Gran Giro. El Gosplan conllevaba una nueva colectivización de las tierras, lo que provocó la frontal oposición de los pequeños propietarios (Kulaks), que fueron reprimidos sin miramientos por Stalin.
La revuelta de los Kulaks fue el primer intento de oponerse al gobierno soviético desde la base popular, y su consecuencia fue la primera de las grandes purgas realizadas por Stalin. El dictador soviético aisló las zonas rebeldes, especialmente las regiones agrícolas de Ucrania, cortando los suministros de alimento. Además, encarceló y envió a Siberia a cientos de miles de campesinos que, en muchos casos, ni siquiera pudieron resistir las duras condiciones del traslado, muriendo en el camino. A esta represión se le llamó el Holodomor o Genocidio Ucraniano. Se calcula que entre cinco y siete millones de ucranianos perdieron la vida en este premeditado exterminio.
La nueva colectivización de la tierra, al igual que la anterior, fue un completo desastre en términos de productividad. Los campesinos, despojados de sus pocas posesiones, optaron por dejar de producir como forma de protesta pasiva, agravando más aún el problema. Los primeros años treinta fueron para el pueblo ruso tan duros como los primeros años de la Revolución Rusa y la guerra civil. Al final, el gobierno de Stalin tuvo que permitir de nuevo la propiedad privada de pequeñas parcelas dentro de las granjas colectivas donde la producción agrícola empezó a normalizarse y a abastecer los mercados.
Millones de campesinos se desplazaron durante los peores años de la colectivización hacia las ciudades para buscar trabajo en las fábricas, mientras la producción industrial comenzaba a despegar. Gracias al esfuerzo titánico de los obreros rusos, la Unión Soviética logró convertirse durante los años treinta en la tercera potencia industrial del mundo. Ésta fue una época de concursos de producción y premios a los trabajadores más productivos, como fue el caso de Aleksei Stakhanov, un minero del carbón que ostentaba varios récords de toneladas de carbón extraído en una sola jornada.
La política rusa, desgraciadamente, no evolucionó del mismo modo que su economía. Stalin seguía siendo un implacable dictador empeñado en conservar el poder deshaciéndose de cualquier atisbo de oposición política. A partir de 1936 comenzó la llamada Gran Purga, en la cual Stalin limpió el partido, el ejército y toda la sociedad soviética de presuntos opositores. El país se hallaba sumido en el terror, y un importante porcentaje de miembros del partido y de oficiales del ejército rojo fueron asesinados, lo que contribuyó en gran medida a la indefensión rusa durante la posterior campaña de invasión de Hitler en 1941.