Entreguerras - Los años locos

Creo que la historia que voy a contar hoy sonará familiar a cualquiera que no haya vivido incomunicado en una isla desierta. Se trata de una historia sobre el carácter recurrente de los acontecimientos a lo largo de los años; la demostración de la fatalidad que nos condena a repetir la historia por el hecho de haberla olvidado o ignorado. Señoras y señores, con todos ustedes, «Los Años Locos».

Mientras Europa se debatía entre la reconstrucción y la reorganización de sus fronteras tras la desastrosa Primera Guerra Mundial; mientras Rusia afianzaba a sangre y fuego su revolución, en los Estados Unidos comenzaba una época dorada de crecimiento económico, de expansión del consumo, de las artes y el ocio. La economía de guerra, que había conseguido abastecer de armamento y suministros los frentes de la Primera Guerra Mundial, fue uno de los principales motores del desarrollo económico del país en los años siguientes. Al terminar la guerra existía una enorme maquinaria industrial puesta en marcha que siguió produciendo sin cesar, aunque en lugar de armas, ahora produciría bienes de consumo.

Sin embargo, el despegue comenzó con una importante aunque breve crisis que se prolongó con consecuencias bastante limitadas hasta entrado el año 1921. La industria y la sociedad americana, que no habían sufrido las consecuencias del conflicto bélico, consiguieron adaptarse con rapidez a la nueva situación y reconvertir la producción para abastecer a su mercado interno, mientras la administración aprobaba leyes proteccionistas para favorecer a las empresas nacionales.

Durante los primeros años veinte empezaron a popularizarse inventos como el automóvil o el teléfono que cambiarían para siempre la forma de vivir de los norteamericanos. Buena parte del país comenzó a endeudarse para tener acceso a los nuevos electrodomésticos, para comprar coches, y en definitiva, para vivir por encima de sus posibilidades económicas reales. En las grandes ciudades americanas se construían enormes rascacielos y edificios de oficinas. El dinero fluía sin cesar en el mercado, aunque muchos no tenía acceso al mismo: millones de campesinos, inmigrantes, negros… los pobres de América siguieron siendo tan pobres como antes, excluidos del reparto de la riqueza. Para la clase media, sin embargo, los años veinte fueron un auténtico paraíso. Era el tiempo del Jazz, del Swing, del Charleston… Era el momento de divertirse.

La Ley Seca, que tanto satisfacía a los sectores más conservadores de la sociedad, sólo consiguió dar una pátina de clandestinidad a la multitud de locales de ocio nocturno que proliferaban por todo el país, atrayendo cada vez a más gente con el aliciente de la ilegalidad de la venta de alcohol. Esta prohibición dio alas a los gangsters, que adoptaron el negocio del contrabando de alcohol para enriquecerse con rapidez. Cuando la Ley Seca fue derogada en 1933 existían muchas más tabernas clandestinas que antes de la prohibición, y la mafia había tenido más de una década para medrar con el negocio. Los años veinte fueron una época dorada también para el gangsterismo y la corrupción. Aquella fue la época de Al Capone y de Eliot Ness y sus intocables.

En 1928 se hablaba ya abiertamente de la posibilidad de proscribir las guerras. El sueño de una prosperidad ininterrumpida parecía a punto de cumplirse cuando, de repente, sin que nadie la hubiera llamado, la Gran Depresión vino a despertar del sueño a todo el mundo. En 1929 terminó por estallar la burbuja económica en la que habían vivido los norteamericanos y buena parte del resto del planeta. Los bancos habían basado su rápido crecimiento en el crédito y en la inversión especulativa, de manera que cuando la producción superó con mucho las capacidades del mercado para absorber los productos empezó a dudarse de los valores accionariales de muchas empresas. Las acciones cayeron en picado en tres jornadas bursátiles consecutivas de infarto, y la gente corrió a los bancos para retirar sus depósitos, conscientes de que estos no podrían asumir las pérdidas ni garantizar los ahorros. Muchos bancos fueron directos a la quiebra por falta de liquidez, ya que los papeles en los que estaban basadas sus inversiones habían dejado de tener valor alguno. En un breve lapso de tiempo, el sueño americano de los felices años veinte se desvaneció como si nunca hubiera existido.

Florence Owens Thompson, inmigrante madre de siete hijos. Esta foto es la más representativa de los efectos de la Gran Depresión sobre la clase obrera americana.

Por supuesto y como siempre sucede, los primeros que pagaron las consecuencias fueron los obreros y los campesinos. Los que antes habían sido excluidos del reparto, ahora quedaban en el paro y en la más absoluta miseria. Para colmo, las medidas (nuevamente proteccionistas) de la administración norteamericana no hicieron más que agravar el problema, reduciendo las importaciones y extendiendo la crisis económica al resto del mundo. El control de los precios provocó la caída de la economía en una espiral deflacionista, lo que a su vez llevó a miles de empresas a la quiebra. Oleadas de emigrantes recorrían campos y ciudades en busca de un trabajo que ya no existía. El PIB de los Estados Unidos se hundió a casi la mitad del que había sido antes de la Depresión, y permanecería así hasta entrada la Segunda Guerra Mundial.

Si después de esta sucinta narración cree usted haber encontrado alguna coincidencia entre la historia de los felices años veinte y el resto de las recurrentes crisis del capitalismo, recuerde que cualquier parecido es mera coincidencia… o no.

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